Me alegró de haber aguantado hasta la 1:30 de la madrugada viendo un partido borroso por Internet como era el Tigre- Boca. Porque aunque llegué tarde -sobre el minuto 40- y los primeros minutos que vi me parecieran una
pachanga del
Villarreal (amarillos contra azules;
Arruabarrena y el
míster Cagna contra
Battaglia,
Figueroa y los ausentes
Palermo y
Riquelme; solteros contra casados; los que han pasado contra los que pasarán) al final la noche acabó mereciendo la pena.
El momento clave fue el gol de Tigre a los veinte minutos de la segunda parte. Hasta entonces no había pasado nada. Boca dominaba el balón, tenía el control del partido y interpretaba a la perfección su papel de grande. Sin embargo una bola colgada, una mala salida de
García, el portero
bostero, y un remate de
Lázzaro no sólo situaban el 1-0 en el marcador sino que daban motivos para alegrarse de haber quedado despierto. No por el gol - no fue ninguna maravilla- sino porque lo siguiente que pasó tras el gol fue cargarse al portero y sustituirlo por un chaval de 20 años que debutaba. Algo tan mágico como aquello que tenía Robson de meter a
Pizzi en el campo en el minuto 65 y sacarlo en el 80.
No sé si
García estaba lesionado -viendo el nulo esfuerzo que tuvo que hacer tanto en el partido como en el gol es difícil
creérselo-, si pidió el cambió o si fue decisión técnica. Sólo sé que le va a costar levantar cabeza ya que si ayer no le hundió su entrenador, le hundirá la afición. ¡Y aún suerte que fue campeón!
Total, que con una sola acción pasamos de ver un partido normal a vivir una final: nervios, tensión, incertidumbre, una expulsión (la de Palacio, suplente de aquel suplente del Submarino Amarillo llamado
Figueroa) y, por supuesto, no mucho fútbol. No sé podía pedir más.
Bueno sí, una cosa se podía pedir: que en España tomen nota de cómo se puede entrevistar a los futbolistas que están en el césped esperando a que empiece a rodar el balón y, por otro lado, que aquí nadie se enteré de cómo cuelan los anuncios en Argentina durante el partido. Teniendo la friolera de 25 minutos de descanso entre cada parte no se entiende que acaban colando tantos -¡tantísimos!- anuncios (voz y faldón) en medio del partido. Un suplicio.
Etiquetas: Boca, Javier García, Tigre